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Érase una vez...

Turno de cenas

Manolo ha aprendido a llevar dignamente el uniforme, ya ni siquiera le cuesta hacer el lazo de la pajarita y, por supuesto, la lleva recta.  Rescatando aquellos aprendi9zajes inútiles de la mili, sabe cuadrarse ante los clientes mientras les toma nota, ha aprendido a retirarles las cartas por la izquierda y a servir los platos también por la izquierda.  Sabe hacerse invisible cuando rellena sus copas y cuando les pone nuevos bollos de pan de nueces.

 Su problema son las noches de verano cuando la mitad de la clientela está formada por una variada muestra de esos turistas que llenan la ciudad.  Y es que lo suyo no son los idiomas, con esfuerzo ha logrado aprender cuatro palabras de inglés.  ¿Pero y cuando el extranjero en cuestión le mira con cara de pasmo?, empieza a plantearse si  lo ha pronunciado mal, si ha llamado carne al pescado, ensalada a la pasta.  No, nada de eso, el problema es más grave: el cliente no entiende ni una palabra de inglés, ni del suyo entrecortado ni del de un profesor del mismísimo Oxford.  Manolo siente subir la adrenalina hasta la raíz de los pocos cabellos que le quedan, con una rápida mirada busca en el salón algún compañero que le saque del apuro, pero el paisaje es desolador: una filipina que no entiende ni el castellano, lo mismo que el tailandés y el argelino. Y se dice Manolo, ya que son extranjeros al menos podrían tener un solo idioma para todos, ¿no? En ese momento siempre le entra la tentación de secarse el sudor con la estúpida servilleta que el jefe le hace llevar en su brazo izquierdo para tener un aire más chic. ¿Más chic? Ridículo es lo que se siente.  Con un largo suspiro disimulado, ensaya la única solución posible, empieza a mover las manos como un prestidigitador pretendiendo hacerse entender por señas.  Ni que decir tiene que tampoco ese lenguaje lo domina, lo sabe porque al extranjero de tirno cada vez se le pone cara de mayor sorpresa.  Sin embargo, la estrategia es fácil, cuando deja de gesticular, abre todavía más la sonrisa y guiña un ojo, ahí al cliente no le queda otra que asentir con cara de resignación. Y así Manolo durante el verano sirve las cenas que él mismo escoge.  Los platos más caros, que para algo lleva comisión. ¡Faltaría más! viernes, 14 de julio de 2006 

1 comentario

Patricia -

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