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Érase una vez...

El cristal con que se mira

     Bastó con inyectarte una simple burbuja de aire directamente a la arteria. 

-  Resignación. ¡Resignación!   

 Pronto te habrás diluido en el polvo.  Y contigo se pulverizarán todas mis pesadillas.  No habrá más noches en blanco.  Se acabó el acostarse bajo el temor de caer presa del pánico en las oscuras redes del laberinto onírico donde siempre me ha perseguido tu imagen especular.  Tú ya descansas en paz.  Ahora ya podré hacerlo yo, porque no volverás a robarme mi reflejo.     Empezaste a usurparme mi protagonismo en el momento mismo de nacer.  Desde el alumbramiento quedé relegado al papel de secundario en mi propia vida.  Y, por supuesto, condenado al rol de antagonista. “La comadrona para atender a tu parto no le prestó la asistencia debida a Oliviero, que casi se muere”, mamá siempre tuvo las ideas claras sobre cuál de los dos estaba de más.  Ella nunca nos confundió.  Es curioso, podría decirse que sólo he existido plenamente para tu madre.  Hasta tú llegaste a sentir celos porque fue a mí a quien susurró sus últimas palabras. ¡Cómo jugué a hacerte daño con ello.  Al fin y al cabo los buenos hermanos deben compartir el dolor: “Oliviero no causó problemas, pero para que nacieras tú, Orlando, la partera me hizo un corte que dolía a rabiar”.  Se cobró ese desgarro, desgarrándome a mí con su recuerdo hasta el lecho de muerte.

 -  ¡Segado en la flor de la vida! ¡Una lamentable pérdida!  

   Claveles, gladiolos, crisantemos, dalias.  Flores blancas y poco perfumadas.   A todo el mundo le ha parecido un detalle elegante, incluso exquisito; una forma sutil de expresar,  por contraste, el peso abrumador del luto.  Pero tú, seguramente, habrías considerado que mi pretendida  originalidad bebía en lo más tópico.     Siempre fuiste mi juez más exigente.  “La comadrona para atender a tu parto no le prestó la asistencia debida a Oliviero, que casi se muere”.  Te creías en la obligación de aleccionarme en todo por haber nacido el primero.  Querías iluminarme con tu conducta, ser mi modelo.  Por eso seguiste siendo en todo el primero: el más inteligente en clase, el más decidido en el recreo, el más aplicado en casa. “Dicen que sois idénticos, pero no os parecéis en nada.  ¿Orlando, no podrías hacer algo aunque sólo fuera la mitad de bien que Oliviero?”   Cuando ella me reñía, era tu mirada la que me amonestaba: aquel mohín de reproche dolido, que me devolvía, como un espejo, mi propio disgusto.  Más que tu doble, me sentía tu reverso.  Tu brillantez solar me convertía, que sólo podía participar  de tu esencia perfecta como una torpe reproducción distorsionada.  Y la defectuosa copia te decepcionaba.  Y tu desengaño devenía despecho dentro de mí.    Y mi deseo era destruirte para dejar de parecer tu falso duplicado … ¿Recuerdas que cuando cumplimos diez años te perseguí por toda la casa blandiendo un martillo?  Tu madre impidió que lo hundiera en tú cráneo.  Ahora nada de eso tendrá ya la más mínima importancia.  Además debo decirte que de los dos yo era el mayor. 

-  Sé que es un gran dolor la muerte de un hermano … ¡Te acompaño en el sentimiento!     

  De roble macizo, con molduras labradas y detalles cromados, forrado con seda de una delicada tonalidad malva.   Nada aparatoso, pero sin duda regio.  Un buen envoltorio para tu último trayecto.   Te resguardará de la humedad fría de la tumba. ¡Siempre fuiste tan frágil!  Te habré protegido incluso en el más allá.     Porque tú eras el dominante, pero también el débil.  Y me necesitabas.  Nuestra fusión simbiótica era la que te daba fuerza.  Si yo no hubiese sido tu calco imperfecto, tú no habrías podido destacar.  Para que tú sobresalieras yo debía estar cerca, así que me sentía útil e importante cuando estaba a tu lado.  Tu madre era la única que no nos confundía, ella tenía las ideas muy claras sobre cuál de los dos estaba de más, pero ni siquiera ella habría podido decir que no estábamos unidos.  No consentí que nada, que nadie, nos separara. “¿Te has vuelto loco, Oliviero?”  Aquella muchacha tenía el cabello más hermoso que he visto nunca.  “Ni siquiera Orlando se comportaría así …” ¿Recuerdas?  Tenía una bajada de párpados preciosa, parecía una niña, aunque a la vez se mostraba se mostraba firme y segura como una mujer capaz de amparar todos los golpes.  “Esta broma no tiene la menor gracia …” Hubiese sido una buena esposa, pero al casaros se habría interpuesto entre nosotros y tuve que apartarla de ti, “… deja esos cuchillos en su sitio, por favor.  ¿No podemos hablar como las personas?” ¡Aún debe de estar corriendo!   Seguramente les contará a sus nietos que en su adolescencia tuvo un novio que pretendió batirse en duelo con ella con el cuchillo del pan.  Tu madre era la única que no nos confundía. 

-  A él le habría gustado que te mantuvieras firme.  ¿Mi más sentido pésame!   

  Un coro de voces blancas para entonar los cánticos más solemnes.  Un sermón emotivo pero mesurado, sin lamentaciones quejumbrosas, ni acentos lóbregos.  Y la recepción sobria, pero con la abundancia que corresponde a las honras fúnebres de un gran hombre.   Tú me lo robaste todo, yo te he dado el mejor funeral.  El mío.     Tú mismo has sido el artífice de este fraude.  Las ideas más excelentes siempre fueron las tuyas.  “Por su claridad, energía y vitalidad, nombramos a Oliviero como publicista más creativo del año …”   Las promociones más importantes tenían que pasar por tus manos, ninguna decisión era tomada sin tu aquiescencia.   Y yo como siempre en la sombra.   “Vamos, Orlando, no hagas esperar ese champaña …”   Te admiraban por tu capacidad de ilustrar los conceptos más abstractos.  Porque siempre tenías claro a qué sector de mercado se dirigían los productos.  Porque tus campañas tenían el éxito garantizado.   Y procuraban que yo escuchara sus comentarios, para marcar bien las diferencias. “¿A qué viene esa cara, Orlando? ¡A ver si estarás celoso a estas alturas!”   Pero los soles también se eclipsan.  Te viniste abajo cuando estabas en tu zenit.   Te torturaban las dudas porque temías no estar al nivel de tu reputación.  Tuve que empezar a sustituirte.  Acudía a tus presentaciones con los clientes más difíciles.  Atendía tus citas más molestas.  Incluso te reemplazaba en las reuniones familiares cuando tu falta de inspiración te volvía insociable.  “Realmente, en el último año, Oliviero se ha superado a sí mismo. ¡Vaya este brindis en su honor!”   Y así fue como lo descubrí: sólo puedo ser yo mismo cuando soy tú. 

-  ¡Ha sido tan inesperada la muerte de Orlando! Pero podrás superarlo, tú eras el más valiente.   

    Bastó con inyectarte una simple burbuja de aire directamente a la vena.

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