La cama revuelta
Se me desorbitan los ojos al contemplar el espectáculo. La colcha y la sábana de arriba parecen una serpiente ondeante en el centro del colchón. Las dos almohadas se retuercen con profundos huecos besándose en una de sus esquinas (cuando me acuesto están perfectamente apiladas la una sobre la otra). La bajera deja ver por una esquina el tapizado del colchón, no se por qué siempre falla uno de sus cuatro puntos de aguante, y almacena sobre sí más arrugas que el rostro de un nonagenario. Por unos momentos me pregunto fascinada qué mundos habré visitado y aunque fuerzo la memoria no logro recuperarlos. Nada recuerda la forma de mi cuerpo porque éste te ha desplazado, como si hubiera combatido en una batalla campal, a lo ancho del metro cincuenta que mide la cama. Esa revolución de los elementos me tienta con lanzarme de cabeza sobre ellos y volver a dormir, por eso aspiro hondo y con un gesto enérgico estiró la sábana y la colcha hasta la alfombra y lanzó disparadas las almohadas hacia el suelo.
Primero vuelvo a apresar la bajera a la esquina estirando bien la goma. Después voy acariciando su superficie para que vayan aplastándose esos pequeños montículos, recuerdan las cicatrices, son las cicatrices que han dejado las heridas de lo onírico, pero son como de arena y se esfuman bajo la presión de los dedos. Esa operación comunica un sentimiento de dominio, toda una sensación de poder, la impresión de que la materia inerte sucumbe a tu voluntad. Bien alisada, extiendes la sábana de arriba dejando un nutrido pliegue en la parte superior, las manos vuelven a ponerse en acción para lograr el matrimonio perfecto del juego de cama. Enlazadas las dos sábanas las cubres con la colcha y procedes recogerlo todo al rededor del perímetro del colchón para dejar al descubierto el canapé aterciopelado. Punto final, estirar la vuelta, colocar las almohadas convenientemente atizadas, los cojines turquesa que hacen juego con el terciopelo del canapé y el gorila blanco de peluche.
Unos pasos hacia atrás para contemplar la obra. Siempre queda bien, pero siempre acabo pensando que era más bello el resultado del sueño que la labor de la vigilia. Afortunadamente cada noche vuelve a empezar la actividad de Morfeo y vuelvo a convertirme en toda una artista de la composición abstracta.
Felices sueños.
2 comentarios
Mon -
Yo también te seguiré leyendo. Gracias por leerme tú a mí.
Besos
Spica -
Un abrazo. Spica