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Érase una vez...

¡Una cortesía, por caridad!

Buenas tardes.   No quisiera parecerle atrevido, señorita, pero me gustaría pedirle un favor.  Sí, sí, está en su mano y no es nada deshonesto, o mejor, nada deshonesto en el sentido que puede pensarlo.
 
Verá, yo sufro crisis de tristeza y podría aliviarme mucho usted  si se da la vuelta unos quince minutos.   ¡Qué no! ¡De verdad!  Usted no sufrirá ningún daño, físico al menos.   Puede estar segura.  Sólo le reclamo la amabilidad de permanecer de espaldas a los expositores de su librería ese breve espacio de tiempo.
 
Y es que este mes Hacienda me obliga a estrecharme el cinturón, no puedo pagarme ni un solo capricho.   Usted deja de vigilar su tienda y yo le robo cualquier menudencia que me levante el ánimo.  ¡Ah!  Y tranquila, procuraré que no suba más de quince euros.
 

 

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