Blogia

Érase una vez...

Sueños son

         El insomnio había caído como una pesadilla sobre Ernestina, desde que su cuerpo se había agotado estérilmente en eso que los médicos llaman menopausia y que en verdad es la antesala de la vejez.   Lo soportaba con resignación.  Con su resignación que no era una resignación cualquiera.   La había ido tejiendo en el transcurso de una vida que se extendía ya hacia los “cincuenta y largo”, como decía ella para proclamar su edad ocultándola coquetamente.  Ni en la trama, ni en la urdimbre, había colores que destacaran por su color o textura, no la habían enfrentado los años a graves o peligrosas aventuras.  Como tantas otras, su biografía tan sólo había ido trenzando leves cuitas cotidianas, pequeñeces que se destilan sin estragos, pero que acumuladas día a día desgastan hasta robar el sueño.       Ernestina entretenía sus largas noches insomnes con el recuerdo de las horas en vela de su adolescencia.  Aquellas eran vigilias enamoradas y soñadoras, éstas eran la resaca dejada por los sueños perdidos.  A su lado, Ernesto con sus ronquidos marcaba el ritmo de su sentimiento, al que hubiera llamado tedio si no se le hubiesen resistido siempre los nombres cultos y hasta las simples palabras.  Mujer de pocas letras, no era capaz de explicarse su desasosiego, se limitaba a vivirlo en su vientre gastado.   Sus ojos oscuros, abiertos en la oscuridad, se oscurecían aún más al posarse en los perfiles de Ernesto que la ignoraba durmiendo.   Sólo la ataban a él la indiferencia y ese regusto amargo, como de hierro, que más de siete mil días juntos habían dejado bajo su lengua.  Cada amanecer los párpados cansados de Ernestina se plegaban en ácida oración:¡que una muerte súbita la dejase viuda! O se la llevase a ella, liberándola de esos otros siete mil días más con los que la amenazaba la esperanza de vida. 

         Sin esperanzas abría los ojos Ernestina, sabedora de que nunca hay nada nuevo bajo el sol.  Pero algunas veces las súplicas son atendidas y la vida nos da sorpresas.   Aquella mañana Ernestina retiró su mano asustada.  Al zarandear a Ernesto para despertarle no encontró su cuerpo entrado en kilos y avejentado, sino el de un hombre maduro, interesante y atlético.  “Sí, Ernestina, soy yo, como me hubieras deseado si te hubieras atrevido a soñarme.  He tenido que llegar yo hasta ti ya que tú te has resistido”.   La voz seguía siendo familiar, por eso Ernestina frotó sus ojos repetidas veces, pero la visión seguía allí imperturbable y sonriente.  “Sí, Ernestina, soy yo, tal como me habrías estado  esperando si no hubieses dejado que tu corazón se secara”. 

 Pasada la primera impresión, Ernestina miró con detenimiento la hombre que estaba remplazando a su conyuge.   Reparó de entrada en la tersura de su piel morena que ni siquiera dejaba pequeños pliegues en el rabillo de sus ojos.   En vez de sentirse complacida pensó en sus propias arrugas, nacidas de las privaciones, eran las secuelas cobijadas por su carne después de tantos días de equilibrios malabares para llegar a fin de mes; días que siempre parecían interminables, pero que siempre acababan pasando y empujando un año más.   No eran arrugas profundas como surcos, eran, más bien, el sútil esgrafiado con el que el mal tiempo le había premiado su insistencia en ponerle siempre buena cara.   “¿Callas, Ernestina? ¿En qué piensa? No pienses. ¡Ahora ha llegado el momento de arrojarse sin pensar al corazón mismo de la vida! para clavarnos como aguijones y libarle por fin todo lo que hasta ahora nos ha sido negado.  He venido ya, ¡soy tu recompensa!”.   

Al hablar así, el extraño movía con vehemencia su cabeza.   Ernestina, que casi no había oído sus palabras, no podía apartar su vista del vaivén de aquellos cabellos negrísimos, apenas salpicados de blanco.  Como si estuviera hechizada, la mirada de Ernestina se había posado inmóvil sobre el movimiento de aquella cabellera frondosa que parecía tener alma.  Para librarse del conjuro entornó los ojos buscando dentro de sí la imagen de la calvicie de Ernesto, porque aquella fuga capilar le había hecho mucha compañía en el nacimiento de sus canas.  Las canas se habían ido mezclando con sus mechones cada Nochevieja, siempre fieles a la llegada de un nuevo año de preocupaciones.  Cada fiebre, cada disgusto, cada riña, habían sido gotas de lechosa amargura que al mojar sus cabellos se habían convertido en blancas pinceladas de alivio.   “Veo que tú también te has dado cuenta de la singular suerte que hemos tenido.  Son rarísimas las ocasiones en las que puede volverse a entrar en el juego una vez se han cerrado las apuestas.  La ruleta del destino sólo se detiene un instante, entonces, cuando se paraliza la lógica, todo vuelve a ser posible.  ¡Vamos, Ernestina, ahora o nunca!”.  

Confundido por la leve caída de párpados de Ernestina, el caballero creyó que ella había aceptado la oportunidad de tener un pasado nuevo, un futuro mejor.  Abrió sus brazos para acogerla y su pecho se mostró esplendido como una estatua de bronce.  Aquel gesto impetuoso despertó a Ernestina de sus recuerdos, escuchó entonces con claridad los sonidos que se filtraban como rayos desde el patio de luces.   Ahí estaba, como siempre, la algarabía de arrullos que bajaban desde el palomar del vecino del quinto; la modistilla del tercero ya había arrancado el motor de su máquina y no lo pararía hasta bien entrada la tarde para acabar a tiempo su labor a destajo.  Es curioso, aquellos sonidos la hacían pensar en el mar aunque no pudiese verse desde aquel barrio que era suyo igual que su piel.   Como si hubiera suspirado, el olor de su casa sin balcones a la calle llenó sus pulmones de aire.  Sobre la mesilla el despertador casi escondía la foto de su boda.  Desde aquel lado de la cama no podía ver su rostro joven, ni la sonrisa esperando la vida que pudo ser.   Pero como si la viera, sus labios volvieron a esbozarla:  “Mireee…no sé quiéesusté… no entiendo esta broma…¡ni mardita grasia que me hase! Me vaahasé usté er favó dirse por donde ha venío  Si ve a mi marío dígale que no yegue tarde.  Voiahasé paeya como a er le gusta ¡y después el arró se pasa! Ahora voy aechá una cabesaíca  ¡Que tengo muscho sueño atrasao!”.

16 de noviembre

 

Sagrario sacó de su ropero sus mejores galas. Las puso con cuidado sobre la cama de matrimonio y no tardó menos de una hora en decidirse. Al final escogió su blusón de terciopelo, ¡qué tiempos aquellos en que su juventud permitía corpiños ceñidos!, las medias que le regaló su marido la última primavera y que el calor inesperado habían impedido que estrenara antes, y su traje chaqueta granate, que, aunque lo había estrenado para la comunión de su nieto, seguía siendo el mejor y el que más la favorecía. Buscó sus sortija de brillantes, la única joya entre su repertorio de bisutería, y los pendientes que estrenó el anterior 16 de noviembre, el anterior aniversario de bodas.

A las ocho tomó el autobús para acudir a la cita con el restaurante de cada año, este 16 de noviembre ya eran cincuenta y cuatro los años, allí tendrían el menú que fielmente, durante ese más de medio siglo habían degustado. Y llegó.

Sagrario pasó tres horas ante la puerta de Casa Leopoldo, el tiempo que siempre duraron sus cenas anuales allí. Después marchó despacio con esa sonrisa casi de niña en su cara de octogenaria. Esta vez no pudo entrar siquiera. Su reciente paga de viuda no le permitiría ya nunca disfrutar sus viandas preferidas.

Niçoise my Way

 

El sofrito debe hacerse con mucho amor.  De él depende la sazón del guiso.   No puede usarse un fuego demasiado fuerte o se ennegrecerá la cebolla dándole al plato un desagradable sabor quemado de fondo.   Requiere paciencia, pero tampoco debe ponerse el fuego al mínimo o pocharíamos la cebolla sin dejarla dorada.  No, la lumbre ha de tener una alegría moderada para que el platillo tenga ese toque capaz de complacer y emocionar a los paladares más exquisitos.

No fue el desconocimiento de Marieta el que provocó las quejas de los clientes.  Era la mejor cocinera, pero no pudo evitar romper aguas  en el momento más crítico para el sofrito.  Tal vez fue por eso que Josué, su primer hijo, creció demasiado rápido y desde niño tuvo ese aspecto despistado de los hombres muy altos y demasiado delgados.

Don Raúl, amante de los buenos guisos de caza, vio alterada su dieta el día que le diagnosticaron gota.   Esa enfermedad de reyes le apartó de sus manjares y le recluyó en las verduras y ensaladas.   Indeciso frente a un plato de ensalada niçoise le conoció Josué.

Josué se crió entre fogones, el restaurante exigía mucha dedicación y Marieta tuvo que amamantarle entre el adobo de las viandas, el horneado de los pescados a la sal y la esmerada vigilancia de los rustidos.   De no ser tan nervioso y tan práctico, Josué podría haber sido un chef prodigioso.   Hubo de conformarse con seguir los pasos de su madre desde el otro lado de la cocina.  Cuando tuvo edad suficiente se colocó de camarero.

Aquella ensalada francesa, reina entre los entrantes fríos, no lograba consolar a Don Raúl.  Paralizado frente a la lechuga, el atún, el tomate, las anchoas  y las olivas negras, dispuestos como un mosaico colorido y apetitoso, Don Raúl deliraba soñando con una buena perdiz en escabeche toledano.    Josué, ayudado por su perfil zanquilargo, servía las mesas a una velocidad de record: no había copa de vino que no fuera rellenada en el momento justo; ningún segundo entraba con ese retardo que impacienta a los fumadores obligándoles a romper la etiqueta encendiendo un pitillo entre plato y plato, lo único humeante en el salón comedor eran los platos de sopa que Josué  casi hacía volar desde la olla a las mesas; los cafés prácticamente se encabalgaban con los postres haciendo las delicias de los oficinistas que, de ese modo, podían gozar de una sobremesa más que aceptable pese a lo exiguo de su tiempo para almorzar.   En plena carrera para poder llevar la cuenta a cinco mesas, descorchar las segundas botellas de los dos grupos de empresa y tomar la nota de las tres parejas que festejaban su afecto al mediodía en vez de hacerlo con una cena iluminada por velas, Josué reparó en el atoramiento de Don Raúl. 

Josué dio una rápida ojeada su mesa, todo parecía en perfecto orden.  No faltaba servilleta ni cubiertos. El agua mineral estaba abierta y fría.  En el plato de ensalada no se detectaba la presencia de cuerpo extraño alguno. Y tampoco faltaban las vinajeras para aliñarla.  Josué reflexionó sólo unos segundos, se había de actuar rápido, de pronto lo vio claro: se trataba precisamente del aliño. Pensó que aquel cliente, ante la esmerada presentación de los ingredientes, vacilaba sobre la forma de lograr que sal, aceite y vinagre dieran la sazón a las verduras y que, a la vez, quedaran perfectamente repartidos el atún y las anchoas.  Sí, sólo podía ser eso, así que dispuesto a sacarle de su dubitación, se acercó al borde de su mesa en dos zancadas y, antes de que Don Raúl tuviera tiempo de reaccionar, las manos de Josué trincharon despiadadamente lechuga, tomate, cebolla, atún y anchoas, los sazonó como es debido y lo mezcló todo con diligencia; la otrora bella ensalada quedó convertida en un amasijo similar al que se vierte en las comedoras de las granjas.   Aquel acto impulsivo de Josué cogió por sorpresa a todos los comensales, incluido Don Raúl, y se hizo un silencio general que casi podía cortarse.

De nada sirvieron los ruegos de Marieta pidiendo benevolencia para su hijo.  El repentino silencio del comedor había atraído al chef y dueño del restaurante al salón.   Contemplar su obra de arte culinario convertida en pienso para animales le hizo montar en cólera y, sin pensarlo dos veces, despidió a Josué antes incluso de que Don Raúl hubiese tenido tiempo de probar su plato.

Aquel episodio dio mucho que pensar a Don Raúl, no sólo por el sabroso resultado de aquel sin par aliño, sino también por la rapidez de reacción de Josué.  Hombre de empresa, Don Raúl consideraba un preciado valor la agilidad en la toma de decisión, de ella dependía el éxito de un negocio.   La máxima rentabilización del tiempo era la consigna que trataba de imponer a sus empleados sin lograr demasiados resultados.  Por ejemplo, todos sin omisión se retrasaban en su reincorporación tras la pausa de la comida excusándose en las inevitables esperas en el restaurante.  En este punto de sus reflexiones, su mente se concentró en Josué y bendijo a la suerte que lo había puesto en su camino.

Marieta vio elogiada su pericia como cocinera en las mejores publicaciones gastronómicas.  El tándem que formó con su hijo abrió debate y cero escuela.   Esa mezcla de meticulosa elaboración en los fogones, con un completo y minucioso desmenuzado de viandas y ensaladas en las mesas, revolucionó el arte culinario, tan ávido de innovación desde finales del XX. Aquella sincronía entre diligencia en el servicio y buen hacer en la cocina hizo las delicias de los empresarios que vieron rentabilizarse sus negocios gracias al menor tiempo perdido por los trabajadores en la pausa del mediodía, pero también dio a los empleados el gozo de saborear con el máximo  placer sus almuerzos.  Toda la economía del país se fortaleció con aquella dieta.  Don Raúl, como promotor de la idea, saltó del menú diario de la empresa a la carta de sugerencias escogidas del banquete político de la nación.   Josué feliz de haber visto llegar a buen término el sofrito que da sazón a sus días, sabedor de que una simple ensalada puede conjurar el destino, contempla como otros trenzan sueños en los manteles y les desea  el mejor provecho mientras aliña sus vidas en el comedor de su Niçoise my way.  

martes, 20 de febrero de 2007

Las mimosas

Es en los atardeceres de otoño cuando más le gusta recordar las mañanas de primavera.   Bajo la marquesina de la parada del autobús, Sonia deja que su mirada se pierda en el firmamento donde las nubes se remontan caprichosas hacia lo alto.  Enrojecidas por los últimos rayos de sol, con vetas naranjas, convierten el cielo de la ciudad en un mosaico polícromo, piensa Sonia, y la palabra polícromo le pinta una sonrisa en los labios al recordar las diademas y pasadores que recogían sus cabellos en aquellas primaveras ya lejanas.      

Aunque no las viera, cuando al salir de casa por la mañana el cielo ya se teñía de añil, Sonia sabía que las mimosas ya estaban en flor.   Apretaba el paso hasta casi correr y su vitalidad era casi un insulto para los otros que se dirigían al trabajo aún adormilados.   Incluso en el metro, tan lejos de la superficie, Sonia las sentía, esos botones aterciopelados que ella se negaba a llamar amarillos, porque odiaba ese color y adoraba esas flores.  Las sentía en su sangre que se apelotonaba bulliciosa bajo su piel.      

Ha descubierto un reflejo en una ventana que desvía un rayo hacia la casa de enfrente; cielo, ventana y pared forman casi un triángulo y recuerda Sonia las ilustraciones de los catecismos que dibujaban así al Dios Trino.  El ojo que todo lo ve, se dice a sí misma mientras observa a dos adolescentes vestidas con su uniforme escolar que ríen y bromean en medio de la seriedad de los otros pasajeros que esperan su autobús.  Le llegan entrecortadas algunas de sus frases y, con ellas como piezas, Sonia les crea a las muchachas una vida.  Sigue hallando la literatura en el mundo.      

Su oficina estaba en un cuarto piso sin ascensor, Sonia subía las escaleras al galope.  Le gustaba sentir entrecortarse su aliento y notar el repiqueteo de sus latidos golpeando sus sienes.  Al llegar arriba aspiraba con fuerza hasta llenar sus pulmones y, a la vez, extendía sus brazos como si pudiera apresar entre ellos todo el aire.  Dentro estaría ya Ricardo, su jefe y único compañero de trabajo, con sus pecas de pelirrojo atestándole los pómulos y la nariz; las mismas pecas que impedían que lo tomara en serio cuando la reprendía por no dejar de hablar.             

No quedan amarillos ni ocres ni naranjas, sólo rojos granas silueteando las nubes que se han vuelto violáceas. Los coches han encendido ya las cortas y el tráfico es más denso.  Los viajeros se impacientan, siempre es así en las horas punta, a Sonia le gustan, en cambio; hace ya mucho que para ella no hay prisas y ver a los demás seguir en ese loco afanarse le provoca una dulce ternura comprensiva.  Cuando sus vestidos escogían sus colores entre los que ahora están en el cielo, era distinto.  En su primavera siempre tenía la impresión de que no podía entretenerse porque en algún punto allá delante había un mundo sorprendente por descubrir.      

Nunca llegó a explicarse Ricardo qué le movió a comprar aquel ramo.   Cuando Sonia entró en el despacho, jadeante como todas las mañanas, lo primero que vieron sus ojos fue unas mimosas primerizas puestas en un jarrón sobre su mesa de trabajo.  Se desprendió atolondrada del bolso y la chaqueta, a punto estuvo de volcar el carro de su máquina de escribir eléctrica, para poder hundir su nariz entre los botones flores.  Ricardo con un gesto burlón le preguntó si ya había vencido su fobia contra el color amarillo; Sonia se giró despacito sobre sus puntillas y sacándole la lengua le dijo que esas flores eran color mimosa que no es lo mismo que amarillo, después se dejó caer sobre sus talones para besar a Ricardo en la frente y, dando un par de saltitos, regresó a su mesa.  Hubieron más carreras matutinas, más ramos de mimosas y el incesante parloteo de Sonia se hizo día a día más vehemente, aquella primavera.   Sonia se sentía encaramada en la cresta de una ola que la embriagaba de emociones y le servía de atalaya, desde allí no había detalle que no reclamase su atención: una anciana rebuscando en los contenedores de basura de un mercado de abastos; un emparrado de lilas descostronando un balcón; una paloma muerta frente al escaparate de una tienda de novias.  Sonia se vivía como si se estuviese escribiendo a sí misma, por eso esperaba con ansia en un intenso duermevela la hora de contárselo todo a Ricardo, sólo él podía ser su lector particular que le diera sentido a su escrito.   Confundes literatura y vida, le dijo Ricardo una mañana con sus pecas de pelirrojo mas encendidas que nunca.   Y se acabaron las mimosas. 

      El cielo de este crepúsculo otoñal tiene ya el mismo añil que pinta los amaneceres en primavera.  Sonia sube al autobús que, por fin, ha llegado a la parada, no hay asientos, pero ella sigue sonriendo.  Y es que su incesante parloteo embriagado de otros tiempos vive en el recuerdo de su sereno silencio de ahora.  La tarde se deja llevar en paz hacia su muerte.

                

Y se pierde

Recuerda Ino el asa negra.  Brillante, de un plástico dura y pulido.   Porque aquel era un mundo de impresiones.  Los lápices de colores eran un goce para el tacto y las gomas de borrar auténticos banquetes de olores, del dulce olor de la nata tan redondo.   Aquel asa negra se ajustaba perfectamente a su mano, como una promesa de plácidos viajes a la escuela recogiendo flores en los márgenes de las aceras, en aquel por entonces ningún jardinero municipal las recluía en los parterres. Como una promesa de que habían quedado atrás para siempre las bandoleras cruzadas sobre su pecho y las cremalleras frías tan de niña pequeña, tan poco apropiadas ya a sus siete años a punto de caducar.   El asa negra garantizaría un vaivén justo y el reconocimiento tácito de que ya tenía la fuerza suficiente para sostener el peso de los libros y libretas que se confiarían a ella. 

Recuerda Ino el cierre hermético y reflectante.  Tan rojo como los semáforos que entonces escaseaban.   Tan intenso que pondría verde de envidia a sus compañeras de clase.   El cierre reflectante le daría aire de importancia, autoridad de anticipar los peligros que pudieran escapársele a la vista de mamá, como si ella fuera ya un poco de confianza para empezar a cuidarse.  Aquel cierre hermético la convertía en guardiana de sus propias cosas, testimonio evidente de que ya era responsable de la tarea de guardar cuidadosamente sus materiales escolares.   Le robó el corazón en la tienda, una tienda del centro donde se acudía tan solo en las grandes ocasiones para adquirir las cosas de gran valor que compraban para sí los mayores y la convertía a ella en nuevo miembro de su comunidad. 

Recuerda Ino la tela de lona recia y estampada.  Con un estampado de figuras irregulares y polícromas que teñían todo el espacio como un mosaico de colorines.  Una cartera de niña que la volvía orgullosa de su condición femenina.   Aquella tela de lona recia se tensaba en una barra de metal invisible que remataba el fuelle de su nueva maleta.   Y el estampado recogía todo el espectro del Arco iris.  Los naranjas jugosos como frutas ácidas, los verdes claros e intensos como el plumaje de aves exóticas, los azules nítidos como el cielo en verano, los rosas fucsias como un tapiz de flores de otras tierras.   Con su cartera pintaría las mañanas escolares con una paleta muy alejada de los aburridos grises de su uniforme.  Porque ahora ella seguía siendo niña, pero una niña aplicada y admitida por fin entre las niñas grandes. 

Y recuerda Ino la primera mañana de aquel curso.  Y recuerda que las mesas habían abandonado su distribución de otros años.   Y recuerda que le hablaron de grupos y de puestas en común.  Y de fichas en vez de libros.   Y de cuartillas en vez de libretas.  Y de materiales comunitarios.  Y recuerda con horror su nueva maleta muerta al abandono del no uso.

Tiempo de espera

¡Soy burra de solemnidad!  A lo mejor... porque a veces a estos kioscos del centro les llega antes.  A ver... No, claro: Del viernes 20 de abril al jueves 26 de abril de 2001.   La Guía sale los jueves; pues la tengo repe.  En fin, más se perdió en la guerra de Cuba.  Vivo un día por delante, que burra.  Estoy acostumbrada a que Gonzalo coma conmigo los jueves.  Ya está, déjalo, no le des más vueltas.  Más se perdió en la guerra de Cuba.   ¡Uaaala! ¡Que caterva! Me encantan las horas punta.  En la guerra de Cuba. ¿Qué se perdería en la guerra de Cuba?  La colonia, claro, y el meu avi a bordo del cátala.  A saber cuánto hace que no pasa el metro... ¡Ah! Mira, ya entra.  ¡Señoraaaaa! Ésta tampoco tiene claro lo de Cuba.   Vivimos como si siempre estuviera a punto de escapársenos el último tren.  Me dejarán el pescado cocido, me ahorrarán trabajo, mejor que no.   Vendrá fino Gonzalo si el suyo también va así de lleno.  A ver... las dos y veinte... “María, se nos van a cocer las sardinas, ¡eh!”  Desde luego, y las cigalas también.  Ya he hecho un chiste fácil.  En éste no puede venir Gonzalo, espero que él tenga más suerte.  No quiero mal ambiente hoy.   ¿Por qué dejará que le afecten tanto las cosas más triviales? ¿Y esto por qué no arranca ahora?   Me están estrujando... sólo nos faltaba el segurata con su perrito... ¿Perrito?  Es un decir.   Señores pa...eros........metro....horma......el tiempo de espera...... cinco........superior al habitual” ¡Qué bonito!  Esta línea debería figurar en el libro de los récords.   ¿Será necesario que nunca se entienda la megafonía?   “Nena, no podria anar una miqueta més endins?” “Passi, passi vusté.  Jo baixo a la propera”  Mi mejor sonrisa de compromiso, sólo faltaría que se me enrrollara la pubilla.  Seguro que siempre va en taxi.  Y veinticinco ya... en mala hora se me ha ocurrido hacer paella.  ¡Esta manía de que hoy es jueves!   Tranquila, Eria, tranquila, aún vas bien de tiempo.  Piensa en Cuba otra vez.   En las cubanas debe de estar pensando el segurata.  ¡Qué pinta chulopiscinas!   Siempre tengo la impresión de que estos tipos tienen el cerebro lleno de moscas.  ¡hoy tiene que ir todo bien!   Las cosas están a punto de caramelo.   No quiero hacerme ilusiones... fins que el tinguis dins del sac i encara ben lligat.   Pobre chica, le está dando un repaso.  A ver, a ver...  “.........metro.........línea cinco está interrumpido”.   ¡Vi-va la vi-da alegre y divertida!  Aíslate, Eria, aíslate o te da algo.  Pues ahora sí que Gonzalo se va a encontrar con el atasco.  ¿Atasco?   Da igual, yo me entiendo y bailo sola.  Bailo sola, se vive como se sueña, solos, la soledad en las grandes urbes; frases grandilocuentes para trascendencias baratas.  Ya me estoy poniendo pedante.  Al menos yo no tengo moscas. Zzzzzzzzzzzzzz¡Qué buena está la gachí!zzzzzzzzzUna delantera así es lo que le hace falta al Barça, joerzzzzzzzzzzzzzzYa verás como esta tarde la artillería de La Grama los deja fusilaos a esa panda soplapollaszzzzzzzzzzzzzz  Y así todo el tiempo.  ¿Hoy el Barcelona juega con el Gramanet? ¿No? Nooooo, hoy no, el jueves, o sea, mañana.  ¡La media pasadas! Si hubiese ido andando, ya estaría en casa.   Pero si me bajo ahora, segura que arranca.    ¡Me siento atrapada!   Ese sería un buen argumento: un vagón se fuga de la cotidianeidad a través de un intersticio espacio-temporal.   ¿Me acusarían de plagiar Moebius?  No creo, la vimos cuatro gatos.    Hasta Gonzalo se la perdió.  Era interesante, la recuerdo mal.    Podría trabajar la historia a partir del pensamiento de los pasajeros.   El segurata es un buen candidato:zzzzzzzzzzlos de Santa Coloma los tenemos bien puestoszzzzzzzzzzzzzzz¿Y a ti nena qué es lo que te pone?zzzzzzzzzzzzz     ¡Yo y mi onanismo mental!¿Cómo estará Gonzalo? ¡Que no se ponga d mal humor!  Hoy no, por fa.  Tendría que escoger personajes fáciles de esquematizar... aunque también es peligroso caer en los tópicos... ya iré puliendo la idea.  Si al menos hubiese dejado listo el sofrito.  Se me van a abrir las almejas.  Otro chiste fácil.   La señorona de antes también podría servirme.  Ai, Senyor, Senyor!   Després diuen que hem d’utilitzar els transports públics.  Una vergonya, una auténtica vergonya.  Però això són aquests socialistes, eh!  Fins que no sigui nostre  l’ajuntament no s’arreglaran les coses.   Algo así, sí.   Su máxima preocupación sería llegar tarde a su cita en la Mauri    ¿Qué clase tenía hoy Gonzalo? ¡Oh, no, el grupo ‘Y’! Que noooo, que hoy no es jueves, qué manía.   Mejor que la acción no transcurra en hora punta, demasiado complicado para mí.  Un tercer personaje, al menos, sí.  ¿Y si frío unas patatas?   Con el pescado puedo hacer una especie de Zarzuela.  Ya veremos... desde luego ganaría tiempo.  A Gonzalo le gusta tanto la paella.   Ya veremos.   Mira, el de la gorrita al revés... Vale, y tengo el tercero.   ¿Qué tribu usa estos pantalones tan anchos y con tantos bolsillos?  ¿Los del monopatín? ¿Los raperos?  Me parece que está leyendo una revista de de infrmática.  Igual está cantando el rap del hacker.  Sí, me gusta la idea.   Trashing, hacking, HACKER AL PODER:  Ya tengo el estribillo.   Qué rabia, hoy que pensaba plantearle mis esperanzas de alcanzar la solución definitiva.  No voy a poder, me estoy poniendo demasiado nerviosa.  Calma, Eria, calma; “....pasajeros.......línea cinco.......restable......minutos” “No sé, señora.  Yo tampoco lo entiendo  ¿Qué se cree? Me parece que se arregla, paciencia y ya está”    Qué simpatía natural, es un auténtico caballero.  Todo pelotas y moscas.    Zzzzzzzzzel Barça no se comerá una mierda esta temporadazzzzzzzzzzzQué vergüenza el domingozzzzzzzzzzzzzese farfolla de portero no se enterazzzzzzzzzzzzzzUna birra fresquita es lo que necesitozzzzzzzzzPodría invitar a la chati; a las tías les mola el uniformezzzzzzzzzzzzzTendré que buscarle un nombre acorde a sus “virtudes”, como siempre, ahora ya es una exigencia de estilo.  La pubilla también se está poniendo nerviosa, No soporto arribar tard, és una falta de respecte vers als altres.... a més, ja sento els retrets de la Contxita.... Ella, quye sempre és la última! ... és clar, avui voldrà presumir de les seves firmes de Sant Jordi.... ¿En qué momento pueden darse cuentade su situación? ¿Lo enfoco hacia lo fantástico? ¿Hacia la denuncia social?   Espera, espera, espera... Sniffar información, penetrar sistemas desde máquinas promiscuas, esta es tu misisón.  Trashing, hacking, HACKER AL PODER.  Primera estrofa.   Qué gracia, si parece que lleve el ritmo.  ¿Tendré poderes telepáticos?   Los nervios me están haciendo desbarrar.   ¡Pobre pescado!  Definitivamente hoy no le hablo a Gonzalo de mis proyectos.  No, le atosigaría.  Buscaré.  Buscaré información sobre la piratería electrónica, sobre fútbol.... ¿Y la pubilla? ¿Alguna actividad temporal? ¿Tragarme la teleserie de TV3?   El más sencillo es el segurata con sus insectos cerebrales, zzzzzzzzYa veremos qué hace ahora el Charlyzzzzzzzzzzzzzel gabacho también es una mierda porterozzzzzzzzzzzmenuda goleada le metieron en Balaidoszzzzzzzzzzz¡A la gachí se la metía yo!zzzzzzzzzzzzz   Algunos tan primitivos y Gonzalo tan secundario, totes les masses piquen.    “Tututututututututu” ¡Por finnnnn!   Aún podré pochar las patatas y hacer un guiso apañado.  Y la pubilla no se perderá el capítulo de El cor de las ciutat,podrá comentarlo con esas amigas a las que en el fondo no soporta.   La Contxita em treu de polleguera...i la Amparo tres quarts del mateix.   No s’omplirà poc la boca amb les seves impresions sobre en Brossa!... Ara que a mí no m’enganyarà pas.  Ven anar-hi plegades i feia les mateixes cares que jo.  No varem entendre res.  Si és que no hi ha res a entendre en aquelles bestieses.   Sí, aún podré hacerte una buena comida cariño.  Estoy recuperando mi buen humor, esta historia puede dar un buen relato.  La inspiración, otra vez la inspiración...”Próxima parada: Verdaguer, correspondencia con línea cuatro”...Has de ser un paranoico, perseguir los bugs, colarte por las backdoors y violar los passwords.  Trashing, hacking, HACKER AL PODER.   ¡Eria al poder, sí señor!  Ya puedo almacenarlo bien en la memoria, ¿por qué no haré caso y llevaré siempre una libretita encima para atrapar clas ocurrencias?  Al menos no nos hemos quedado cautivos en el tren suburbano.  Aunque no sé si no habría sido mejor eso que regresar a nuestras vidas vulgares.  Con estas frases de culebrón, Eria, nunca llegarás a ser una buena escritora.    ¡Aaaaaaaaaj! El último empujón, venga.  Las tres menos cuarto, ya puedo darme prisa o será jueves de verdad cuando nos pongamos a comer.                                                                  

  

La imperiosa llamada

 

          Cada mañana Alex cogía la flamante sillita que le trajeron los Reyes , la arrimaba al mueble bar y se encaramaba para pasar un tiempo incontable viendo el ir y venir de Pipo.  Su rutilante pez de colores.

 

          Pipo se movía entre las algas que decoraban el fondo de la pecera luciendo su cuerpo de listas verticales de distinto grosor, las naranjas intensas y las blancas impolutas; como buen pez payaso que era nadaba con especial gracejo y su agilidad divertía a Alex, que daba golpecitos en el cristal para obligar a Pipo a voltearse.   Alex se sentía como el capitán de un submarino e inventaba aventuras mientras perdía su mirada en pos del pececillo y Pipo parecía adivinar su juego pues se movía acompañando la imaginación del niño.

 

          Aquella mañana, como todas, Alex se encaramo para jugar su juego preferido, pero la pecera estaba vacía, sus cinco años de existencia pasaron del desconcierto al llanto desconsolado.    Su padre acudió para limpiarle las lágrimas, le sentó en sus rodillas y le envolvió con su voz sugerente, así supo Alex que Pipo había tenido que marchar, había crecido y había sentido la llamada del amor en todas sus escamas; no regresaría hasta haber hallado a aquella que le había inyectado aquel dulce elixir.    Alex no sabía qué era el amor, pero se consoló pensando que un día Pipo regresaría.

 

         Pasaron muchas mañanas de soledad para Alex que sentía su submarino navegar a la deriva.  Hasta que Pipo regresó, los ojos de Alex brillaron antes aún de arrimar su sillita, allí estaba su amigo nadando para él de nuevo.  Al acercarse se sorprendió, algo le había pasado a Pipo, su cuerpo había crecido y en vez de las antiguas rayas blancas, sólo una mancha negra alteraba el perfecto naranja que le cubría ahora.   Pero lo que más admiró a Alex fueron los ojos de Pipo, que ahora aparecían irisados de una azul intenso que antes no tenían.  Así supo Alex que, fuera lo que fuese el amor, tenía que ser algo muy bueno si hacía posible una transformación tan bonita.  Decidió que nunca se negaría a escuchar aquella imperiosa llamada.

 martes, 29 de agosto de 2006     

Tapas bar

— Cris...

— ¿Me puede cobrar?

— Cris... Cris...  ¿Me habéis cerrado la ochenta y cinco?

— Cris...  una Coca Cola de lata.

— Cris... el café de la cuarenta y seis.

— Criiiiiiiiis... ¡La ochenta y cinco!

— Cris...  Esa tapa de bravas. 

           Con su corto nombre, ella es imprescindible.   Su acento ruso y su figura de matriusca  son el alma de la barra.

           Igual que permanece firme su cola alta y abombada, ella nunca pierde la calma.   Ese bar con terraza que se inunda cada mediodía  tiene a Cris como arbitro que penaliza el estrés y va despacio para atender bien la prisa.   Su eterno sonreír alivia a los clientes de sus cargas.  Cris desde su exilio voluntario tiñe de esperanza el mediodía. 

— Una cortado con café descafeinado de máquina y la leche tibia, se me hace tarde.

— Cris.. Dos menús completos y uno infantil para la ochenta y dos.

— Cris... ¿Y los cafés de la sesenta?

— Cris... Una de rusa y unas albóndigas para la veitiséis.

— Criiiiiiiis... ¡Me falta una caña!.

— Cris... 

 martes, 29 de agosto de 2006